— He de admitir que le tengo una especie de envidia —dijo Edward secándome las lágrimas con un mechón de mi propio pelo.
— Ella es muy guapa.
Él hizo un sonido de disgusto.
— No le envidio a la chica, sino la facilidad de suicidarse — aclaró con tono de burla —. ¡Para vosotros, los humanos, es tan sencillo! Todo lo que tenéis que hacer es tragaros un pequeño vial de extractos de plantas...
— ¿Qué? — inquirí con un grito ahogado.
— Es algo que tuve que plantearme una vez, y sé por la experiencia de Carlisle que no es nada sencillo. Ni siquiera estoy seguro de cuántas maneras de matarse probó Carlisle al principio, cuando se dio cuenta en qué se había convertido... —su voz, que se había tornado mucho más seria, se volvió ligera otra vez—. Y no cabe duda que sigue con una salud excelente.
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